sábado, 5 de marzo de 2011

Pat Garrett y el cambio de los tiempos




Después de haber compartido un largo viaje por el reverso de la ley a tra­­­­vés de las gastadas tierras de Nuevo México, y cuando Pat Garret acepta co­­locarse una estrella en el pecho al servicio de los propietarios del fer­­ro­­car­­ril de Santa Fe, es enviado a comunicar a su antiguo compañero de fe­­cho­­rías que ya no existe un lugar para él en el próspero porvenir del territorio. El encuentro en­­tre los todavía amigos, sabedores ya sin embargo de sus destinos cruzados y san­­grientos, se produce en el viejo y mugriento colmado de las ruinas del Fuer­­te Sunmer.
Tan pronto como el abrasivo licor se desliza por vez primera en su gar­­ganta y los efectos de la implacable sacudida de sus vísceras lo per­­­­­­­mi­­ten, Pat Garret (un inaudito James Coburn, provisto como nunca de una voz de bronce y la parsimonia por actitud) no puede por menos que re­­­­co­­no­­cer las cicatrices del paso del tiempo.
- Estoy cambiando, Billy. Hablo en serio.
- ¿Qué se siente?, responde entonces Billy el Niño, no sin rodear el in­­­­­mun­­do establecimiento con su dulce mirada (prestada para la ocasión por un romántico Kris Kris­­­tofferson).
- Se siente que los tiempos han cambiado. Nunca dirá el comisario Gar­­­­­­ret nada con más nostalgia servida por una consciente firmeza.
- Los tiempos, es posible. Yo no. Una sonrisa impropia de lo inevitable cerraba así el destiempo del crepuscular pis­­to­­le­­­ro.
Asistían ambos, como tantos otros personajes reales o de ficción, a la fron­­­­­­tera de la historia. Y ante la encrucijada, Sam Peckinpah (Pat Garrett and Billy the Kid, 1973) muestra una doble moral para una mis­­­­­ma estética. La rebeldía del bandido adolescente, sin cabida ya en los nue­­­­­vos tiempos, frente a la acomodación su­­­perviviente y fratricida del es­­tre­­na­­do perseguidor, a quien le sobran, sin em­­­bargo, dignidad y patetismo.
Pero que nadie se engañe, en la propuesta poética del cineasta los cam­­­bios históricos acaban por destrozar las conciencias de los individuos. To­­­dos pierden, por­­­que, al fin y al cabo, como dice Pat Garret en un plano me­­­­­­­­­­­dio de fúnebre belleza, llega un momento en tu vida en que no puedes per­­­­­­­­­­der el tiempo pensando en el futuro.

Manuel Carlos Palomeque

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