sábado, 5 de marzo de 2011

Vienna y Jhonny


Apenas podía Johnny Logan (Sterling Hayden) disimular el rencor, que le recorría el rostro con la misma amargura que el deseo. Sus pupilas, tan lejanas de la compasión, ofrecían sin embargo el amarillento brillo de quie­­­­­­­­­­­­­nes recelan de un premeditado reencuentro con el placer perdido. Y su ho­­­­­­micida destreza con el revólver, tantas veces relatada con admiración y odio desde Alburquerque al río Pecos, había dejado paso por momentos a una guitarra de mil colores, que colgaba a lo largo de su fornida es­­pal­­­da.
De repente, cuando el emocionado espectador había comprendido que el lenguaje silencioso de las miradas se prolongaría durante algunos dra­­má­­ti­­cos instantes, Johnny descubre que la muerte está sólo en su recuerdo y di­­rige a Vienna (Joan Crawford) su resentido y ansioso requiebro.
- ¿A cuántos hombres has olvidado?
Las cicatrices que Vienna podía exhibir sólo en su alma no impedían por un instante el disfrute de su resplandeciente belleza por los incrédulos po­­bladores de la sala de proyección, al propio tiempo que retribuía a su ama­­do con el mismo dolor de la distancia en su corazón.
- A tantos como mujeres tú recuerdas.
La amarga confesión de recíprocas traiciones, imputable tan sólo al des­­tino que gobierna la separación de los amantes en las rojas tierras que es­­­­­­peran el paso del ferrocarril, es la declaración de amor renovada más so­­bre­­­­­­cogedora que yo haya visto nunca en el cine. Se encuentra, na­­tu­­­ral­­­men­­­te, en el film Johnny Guitar que Nicholas Ray realizó en 1953 para gloria de todos.




Manuel Carlos Palomeque

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