Apenas podía Johnny Logan (Sterling Hayden) disimular el rencor, que le recorría el rostro con la misma amargura que el deseo. Sus pupilas, tan lejanas de la compasión, ofrecían sin embargo el amarillento brillo de quienes recelan de un premeditado reencuentro con el placer perdido. Y su homicida destreza con el revólver, tantas veces relatada con admiración y odio desde Alburquerque al río Pecos, había dejado paso por momentos a una guitarra de mil colores, que colgaba a lo largo de su fornida espalda.
De repente, cuando el emocionado espectador había comprendido que el lenguaje silencioso de las miradas se prolongaría durante algunos dramáticos instantes, Johnny descubre que la muerte está sólo en su recuerdo y dirige a Vienna (Joan Crawford) su resentido y ansioso requiebro.
- ¿A cuántos hombres has olvidado?
Las cicatrices que Vienna podía exhibir sólo en su alma no impedían por un instante el disfrute de su resplandeciente belleza por los incrédulos pobladores de la sala de proyección, al propio tiempo que retribuía a su amado con el mismo dolor de la distancia en su corazón.
- A tantos como mujeres tú recuerdas.
La amarga confesión de recíprocas traiciones, imputable tan sólo al destino que gobierna la separación de los amantes en las rojas tierras que esperan el paso del ferrocarril, es la declaración de amor renovada más sobrecogedora que yo haya visto nunca en el cine. Se encuentra, naturalmente, en el film Johnny Guitar que Nicholas Ray realizó en 1953 para gloria de todos.
Manuel Carlos Palomeque
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