miércoles, 16 de febrero de 2011

La última evocación

El último alcalde republicano de Salamanca, don Casto Prieto Carrasco, también catedrático de anatomía de su Universidad y diputado a Cortes, había nacido en la calle Libreros de la capital. Su padre, don José María Prieto, lo había hecho en cambio en Sequeros, ese verdiblanco jinete mirador de las tierras del Yeltes y del Alagón desde el corazón mismo de la Sierra de Francia al suroeste de la provincia. Y cuánto debió amar el alcalde, a lo largo de su acortada existencia de ni siquiera medio siglo y sus visitas seguras al lugar, el territorio dulce e inclinado del hogar paterno.

Debió hacerlo con certeza, aunque ninguna de sus postreras palabras escritas fuesen para la villa serrana, él que había hecho de su cautiverio una poética y abrumadora metáfora a bordo del navío que habría de llevarle sin saberlo a la aniquilación, el "inesperado valladar de los muros de una cárcel, que a [su] fantasía se antoja barco navegante", del mismo modo que a don Quijote "castillos señoriales las ventas manchegas". Sus escritos desde la cárcel provincial (siete cartas a la familia y un diario de los ocho días de prisión que antecedieron a su asesinato en los primeros días de la represión en la retaguardia nacional de la guerra civil), plagados de menciones constantes y conmovedoras a "la placidez de la temperatura y la esplendidez del cielo" ("la mañana radiante de luz y de azul", "el añil del cielo castellano", "ese cielo azul y brillante como la cara de Dios", "el día de hoy, tan limpio y brillante como los anteriores", "esta hermosura de cielo y de sol") en esas claras mañanas del mes de julio, tal vez puedan ser entendidos, en imaginario y respetuoso ejercicio literario, como la evocación final del paraíso perdido en que crecieron sus mayores y que ya nunca le sería permitido admirar, por reconfortante que fuera la "perfecta tranquilidad espiritual" que  adornaba la sufrida condición del prisionero hasta el final aciago de sus días.

Y qué decir, a pesar de los años transcurridos, de la amargura rebosante con que se hacía a sí propio la última de las preguntas de que los historiadores tienen noticia: "¿es posible que bajo este cielo tan bello cometan los hombres, azuzados por bajos instintos y pasiones mezquinas, las enormidades que están ocurriendo?, ¿no les inspira ese cielo tan puro y hermoso ideales de mayor amplitud?".

Manuel Carlos Palomeque
[Publicado en La Gaceta Regional de Salamanca, 19 de abril de2008]

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