martes, 15 de febrero de 2011

En el Café Tortoni

« […] en la siguiente página, sentados en el Café Tortoni de Buenos Aires, durante su luna de miel»
(Alonso Cueto, La venganza del silencio, 2010)

A Carmen Sofía Rothe

Fui a Buenos Aires para matar a un hombre a quien no había visto nunca. Aunque sí conocía por supuesto, y quién no en aquel tiempo de mierda, su fama miserable de parásito al servicio de la dictadura dominicana.

- Pronto tendrás que eliminar a Porfirio Rubirosa en Buenos Aires.

Con esta escueta declaración, más propia de una sentencia sumaria que de un encargo de trabajo, el jefe de nuestro grupo de acción en el exilio de Toulouse me adelantaba la arriesgada tarea de que habría de ocuparme de inmediato. Yo llevaba algunos años a las órdenes de Pablo, que éste era su nombre de guerra desde que juntos cruzamos los Pirineos hacia el norte, cuando la interminable contienda se había inclinado de modo tan injusto como definitivo en favor de los franquistas. Su sagacidad para sortear las difíciles exigencias de la clandestinidad y la lucha armada que manteníamos desde Francia y, sobre todo, su determinación firme para no cejar en el hostigamiento a la hidra fascista mediante los golpes que fuese posible preparar con nuestros medios, habían hecho de su persona el conductor indiscutido, el admirado hombre de hierro cuyas órdenes se compartían con la convicción de que siempre eran verdaderas. No dudé pues un instante ante su mandato y, todo lo más, me dispuse a recibir la información complementaria que requería el caso.

Según los archivos de la organización, el inefable Porfirio Rubirosa Ariza se había casado en 1932, contando tan sólo con veintitrés años, con la hija mayor del dictador de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo, Flor de Oro Trujillo, cuando llevaba algún tiempo como asesor del sátrapa y había hecho gala ya por todas partes de sus encantos masculinos. Diplomático, corredor de automóviles, buscador de tesoros en el Caribe, aviador, jugador profesional de polo, boxeador y, por encima de todo, reconocido playboy, “Rubi” pronto es nombrado por su suegro Secretario de Estado de la Presidencia y después de Relaciones Exteriores. Llega inclusive a ser recibido por el mismísimo Hitler en su palco presidencial de las Olimpiadas de 1936 en Berlín. Y, a pesar de su divorcio de Flor de Oro, quien no soporta años después sus muchos desplantes conyugales, dentro de cuya nómina se encuentran Jayne Mansfield, Zsa Zsa Gabor, Dolores del Río, Kim Novak, Rita Hayworth y otras beldades de Hollywood, y de dos matrimonios más, no había perdido por el momento el favor político del dictador. Entonces, en 1947, era embajador de su país en Argentina.

- Y ahí -me hace saber Pablo con la habitual solemnidad que reservaba para las encomiendas más arriesgadas-, es donde entras tú directamente en esta historia. Creemos, y nuestra comisión ejecutiva lo ha analizado hasta la saciedad, que la desaparición de tan influyente y siniestro personaje debilitará al fin el trujillato y de su mano saltará por los aires uno de los más firmes apoyos que la dictadura franquista tiene en el exterior. Así las cosas, la dirección política del grupo ha decidido que esta acción constituye una de nuestras prioridades a corto plazo y ha pensado, querido amigo, que nadie mejor que tú para llevarla a cabo.

Es posible que Pablo creyera ver entonces en mi semblante una expresión de orgullo controlado, que sin embargo distaba mucho de haberse producido, acaso la que él hubiera tenido de encontrarse en mi lugar en una situación semejante. Me hace saber a continuación, sin someter su perorata a pausa alguna, que el régimen de Franco acababa de nombrar un nuevo embajador en la Argentina de Perón, el católico, falangista y cultivado José María de Areilza, conde de Motrico, cuya influencia sobre Evita Perón era ya mucho más que una conjetura.

- Ha llegado a nuestras manos -prosigue Pablo con su verbo pausado- una información contrastada por nuestros servicios en América. El embajador Areilza se propone cursar a su colega Porfirio Rubirosa una invitación para una cena protocolaria que tendrá lugar en la Embajada de España en Buenos Aires en fecha todavía sin determinar, aunque probablemente en el curso de la tercera semana de este mismo mes. Porfirio acudirá al convite acompañado desde luego por su tercera esposa, la conocida millonaria norteamericana Doris Duke. Así que no tienes mucho tiempo para tomar un avión y viajar cuanto antes a la reina del Plata.

Y enlaza de seguido con lo anterior en medio de mi expectación apenas disimulada.

- Tendrás que acudir, no lo olvides compañero, y no hagas ninguna anotación por escrito, al Café Tortoni, así como suena, Café Tortoni, en la Avenida de Mayo número 825 de la Capital Federal. Lo hallarás sin dificultad en el centro de la ciudad y verás al instante reflejada en sus aposentos la huella de nuestros cafés madrileños que tanto frecuentábamos en los días del esplendor, Gijón, Suizo, Universal, Pombo... En cuanto llegues a Buenos Aires, visita este lugar cada mañana, sin falta, y permanece allí al menos una hora, entre las diez y las once, hasta que alguien se comunique contigo, en persona o por teléfono, y mencione mi nombre. Entonces, él mismo te dará cuenta del plan y de los pormenores para su ejecución.

Hube de esperar tres días e ir aceptando como me fue posible una ansiedad que crecía sin freno por todo mi cuerpo, cuando al fin la vi aparecer a través de la puerta giratoria del café. El Tortoni era un imponente lugar que rezumaba lujo y literatura condensados a través de sus espejos y vidrieras, tantas veces observados sin saberlo por Alfonsina Storni, Borges o Federico García Lorca durante su estancia rioplatense y con la república española en el corazón. Hasta Carlos Gardel llegó a cantar entre sus veladores de mármol rosado un tango en honor de Luigi Pirandello, que seguramente habría de oírlo embelesado a media luz y el alma entregada.

Tras algún garbeo efectuado con el disimulo de quien lo practica a menudo, la mujer se dirige hacia donde me encuentro, convenientemente instalado en una mesa que facilitaba mi localización a primera vista. Apenas veinticinco años, pelo corto y rubio, y una mirada endurecida impropia de su mucha belleza. Me mira con sorpresa y de sus labios salen, lacónicas, las palabras imprescindibles para la ocasión, no exentas eso sí de un deje porteño difícil de eludir.

- Vengo de parte de Pablo. Vos sos el enviado para la misión, supongo. A mí podés llamarme Carmen o Sofía, como más te guste. Nos vemos esta tarde, a las cinco, en Lavalle 135, segundo piso, sin letra, no hay portero. Te estaré esperando junto a unos amigos que participan en el asunto. No faltés, gallego. El plan ya está dispuesto en sus detalles y todo sucederá este viernes a una hora que oportunamente sabrás.

Acudí al encuentro convenido y a varios más en los días siguientes. Fueron desbrozados los itinerarios, despejadas las dudas de última hora, sobornados quienes tenían que serlo, repasados los tiempos una y cien veces, dispuestas las armas y lo demás. Pero la acción no tendría lugar. Me fui deprisa con Carmen Sofía a Nueva York, después de haber enviado a Pablo una carta tan explicativa como dolorosa. Allí nos casamos y yo me dedico desde entonces y con alguna fortuna a escribir libros. Ella es traductora de alemán en Naciones Unidas.

Hoy, día 5 de junio de 1965, acabamos de oír en un informativo nocturno de televisión, mientras damos cuenta de un pequeño refrigerio en la cocina de nuestro apartamento de Manhattan, que Porfirio Rubirosa ha estrellado su Ferrari contra un árbol del Bois de Boulogne en París y ha perdido la vida.

Manuel Carlos Palomeque

[Publicado en AA.VV. (Edición de A. Pérez Alencart), Corazón de cinco esquinas, Fundación Cooperación y Ciudadanía de Castilla y León, Valladolid, 2010, pp. 63-67, ilustración de Miguel Elías]

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